En algún lugar, bajo el hielo quebradizo del Desierto Azul,
se oculta el gélido brazo de un guardian oscuro de nombre Norahniéh.
Se cree que llegó en una antigua caravana de esclavos,
enfilando rumbo hacia el norte desde alguna isla en los Mares del Sur. Y allí,
embelesado por el poder y belleza de los glaciares, invocó a los dioses del
frío para que lo tuvieran en su manto, jurándoles por siempre amor y lealtad.
El mago guarda su techo desde las profundidades donde ningún
otro ser haya jamás podido llegar. Desde Vrahátima hasta Tauronia y más allá de
las Aldeas Grises. Oscuros e interminables pasillos fragmentan las abismales fosas bajo
innumerables toneladas de agua congelada. Pero no son sus numerosos y
caprichosos afluentes lo que preocupa al vigilante de ese bajo mundo.
Dos cristales. A los ojos de los mortales tan semejantes a
los témpanos de hielo que los rodean. Casi inapreciables entre un mar de
espejos. Fuente de poder y codicia de buscadores y viajeros quienes sueñan
algún día encontrar. La capa que los recubre emana una mágica luz envolviéndolo
todo entre fulgurantes y centelleantes reflejos. Sosteniendo su mundo y todo
aquello que lo circunda en un pulso gigantesco contra las leyes de la
naturaleza y gravedad. Una muy preciada composición, de la cual se dice son las
antiguas lágrimas de gigantes en otra era y de la que podría forjarse un arma
tan afilada como el duro diamante.
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